Competencia, Comparación y Caos: Lo que Raquel y Lea nos Enseñan sobre la Vida Moderna
Si hay algo que no cambia con el tiempo, es la competencia entre seres humanos. Y si alguien piensa que esto de compararse es un problema moderno generado por Instagram, debería de darle un vistazo a la historia de Raquel y Lea en Génesis 30. Aquí tenemos a dos mujeres atrapadas en un matrimonio complicado, cada una deseando lo que la otra tiene, cada una dispuesta a hacer lo que sea para salir ganando.
Pero, antes de desarmar su drama, seamos honestos: todos hemos caído en la trampa de la comparación. A lo mejor no estamos en una batalla por la fertilidad (aunque el tema de los hijos sigue siendo una presión en muchos círculos), pero sí competimos en otras áreas: éxito profesional, apariencia física, logros familiares, estatus social, incluso espiritualidad.
La envidia es un veneno (y nos gusta tomarlo a sorbos)
Raquel lo tenía "todo": belleza, el amor de Jacob, pero no podía tener hijos. Lea, en cambio, tenía hijos, pero no el amor de su esposo. Y así comienza el drama. Raquel, desesperada, le entrega su sierva Bilha a Jacob para que tenga hijos en su nombre. Lea ve la jugada y contraataca con su propia sierva, Zilpa. Porque claro, "si tu hermana hace algo, tú no te vas a quedar atrás".
Es curioso cómo esto sigue pasando. No necesariamente con siervas (gracias a Dios, ya pasamos esa fase), pero sí con estrategias menos evidentes. "Si fulano ya compró casa, entonces yo también debo hacerlo", "Si ella ya tiene tres hijos, entonces yo también debería pensar en eso", "Si él ya ascendió en el trabajo, yo no me puedo quedar estancado" .
La envidia nos vuelve irracionales. En vez de confiar en que Dios nos da lo que necesitamos en su tiempo, preferimos obsesionarnos con lo que tienen los demás y jugar a forzar la mano de Dios.
La competencia nos nuelve ridículos
La escena de las mandrágoras es la mejor prueba de esto. Rubén, el hijo de Lea, encuentra unas mandrágoras (unas raíces que en la antigüedad se creían afrodisíacas y relacionadas con la fertilidad). Raquel, en su desesperación, le pide a Lea que se las dé. ¿Y cuál es el trato? "Si me das las mandrágoras, dejo que Jacob duerma contigo esta noche".
Sí, en serio. Un matrimonio reducido a transacciones comerciales.
Pero, no seamos tan rápidos en juzgar. ¿Cuántas veces hemos cambiado cosas valiosas por ilusiones de éxito o felicidad? ¿Cuántas veces hemos sacrificado tiempo con la familia para ganar más dinero? ¿Cuántas veces hemos intercambiado nuestra paz por la necesidad de demostrarle algo a alguien más?
Al final, Lea consigue otra noche con Jacob y otro hijo. Raquel consigue las mandrágoras… y nada. Porque la bendición de Dios no se compra, no se negocia y no se manipula.
Dios siempre manda
Aquí es donde todo cambia. En el versículo 22 dice: “Dios se acordó de Raquel”. No porque las mandrágoras funcionaran. No porque ella haya hecho todo bien. Simplemente porque Dios quiso.
Después de años de lucha, Raquel finalmente tiene a José. Y la cosa no para aquí: en vez de estar completamente satisfecha, dice "Que el Señor me dé otro hijo" .
Y aquí nos encontramos con el problema real. Muchas veces creemos que cuando obtengamos esa cosa que tanto anhelamos (el ascenso, la pareja, la casa, el reconocimiento), seremos felices. Pero, la realidad es que si no aprendemos a confiar en Dios, nada nos será suficiente. Siempre queremos más. Siempre habrá otra meta que alcanzar. (Salmos 37:4, Mateo 6:33, Juan 4:13-14).
Este pasaje no solo nos cuenta una historia antigua. Nos pone un espejo en la cara. Nos muestra que la comparación, la competencia y la obsesión por lo que no tenemos es un caos, nos destruye. Nos recuerda que Dios es soberano y que su tiempo es perfecto.
Así que, la próxima vez que sientas la tentación de compararte, de envidiar o de tomar decisiones irracionales para ganar una carrera que solo existe en tu cabeza, recuerda esto: Dios no se ha olvidado de ti. Él sabe lo que necesitas. Y sí, su tiempo es mejor que el tuyo.Y sobre todo… deja las mandrágoras en paz. 🌱😉
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