¿Quién dicen ustedes que es Jesús?
En nuestra generación, Jesús sigue siendo una figura influyente. Para algunos, es un gran maestro, un revolucionario del amor o incluso un profeta, pero no necesariamente Dios mismo . En círculos cristianos, hay quienes lo ven como el Salvador sin reconocerlo como el Señor soberano, y otros lo consideran un guía moral sin darle la adoración que le corresponde. Este debate no es nuevo.
El monoteísmo judío del Segundo Templo enfrentó una tensión similar: ¿cómo encaja Jesús dentro de la identidad única de Dios? ¿Cómo es posible que los primeros cristianos, arraigados en una fe estrictamente monoteísta, comiencen a proclamar que Jesús compartía la gloria y el nombre del único Dios? La respuesta del Nuevo Testamento fue clara: Jesús no es un intermediario entre Dios y los hombres, sino que es plenamente Dios. No es simplemente un enviado, sino el Señor exaltado, digno de la misma adoración que el Padre (Filipenses 2:9-11).
Hoy, la pregunta es la misma, pero con nuevos matices. En un mundo donde la espiritualidad es cada vez más personalizada, muchos están dispuestos a aceptar a Jesús como un modelo de vida, pero no como Dios absoluto. Creer en un “Jesús inspirador” no cambia radicalmente la vida, pero reconocer a Jesús como Dios lo cambia todo .
Si Jesús es solo una figura religiosa, entonces podemos admirarlo sin rendirle obediencia. Podemos seguir sus enseñanzas cuando nos parezcan convenientes y apartarlas cuando nos resulten incómodas. Pero, si Jesús es Dios, entonces nuestra adoración, nuestra vida y nuestra identidad deben girar en torno a Él. No es solo una creencia doctrinal, sino una realidad que transforma el corazón y el propósito de nuestra existencia.
En la práctica, esto tiene implicaciones profundas. En una cultura de incertidumbre, donde la verdad es relativa y la identidad es moldeable, reconocer a Jesús como Dios significa anclar nuestra vida en una verdad inmutable. En un tiempo donde la fe puede volverse opcional o meramente emocional, declarar que Jesús es Dios nos llama a una fidelidad que no depende de los sentimientos, sino de la realidad de quién es Él.
Los primeros cristianos no murieron por seguir a un maestro sabio, sino por adorar a Jesús como Dios. Su convicción no era solo una idea, sino una certeza vivida con valentía. ¿Podemos decir lo mismo? En una generación que necesita detenerse a pensar quién es Jesús, la verdadera pregunta no es si creemos en Él, sino si le rendimos nuestra vida como Dios y Señor.
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