¿Es el Ministerio un Nuevo Monasterio?

Por siglos, la Iglesia ha luchado con la tentación de separar a los cristianos en dos categorías: los que viven “para Dios” y los que simplemente “asisten a la iglesia”. En la Edad Media, el monacato fue la respuesta a la creciente secularización eclesial, algunos optaron por retirarse y vivir una vida de obediencia radical en los monasterios. Pero este movimiento, aunque motivado por el deseo de pureza, generó una idea peligrosa: que solo algunos están llamados a una entrega total, mientras que el resto puede conformarse con un cristianismo a medias.

Hoy, ese mismo error se repite, pero con un disfraz moderno. En muchos círculos cristianos, el ministerio a “tiempo completo” se ha convertido en una especie de monasterio contemporáneo. Se predica -de manera directa o indirecta- que los pastores, misioneros y líderes ministeriales son quienes realmente siguen a Cristo con sacrificio, mientras que el resto de los creyentes simplemente apoyan desde lejos. Se habla de “dejarlo todo por el Señor” como si fuera un llamado exclusivo para los que sirven en la Iglesia, y se olvida que el discipulado es la única vida cristiana posible para todos. 

Dietrich Bonhoeffer, en El costo del discipulado, desenmascara esta idea al recordarnos que no existe tal cosa como una “gracia barata”. Seguir a Cristo no es opcional ni para una élite espiritual; es el llamado ineludible de todo creyente. No hay dos estándares de vida cristiana, uno radical para los que están en el ministerio y otro relajado para los laicos. Jesús nunca dijo: “Si alguno quiere ser pastor, tome su cruz”, sino: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23).

En la Iglesia debe abandonar la mentalidad de monasterio que ha impregnado la idea del ministerio a tiempo completo. No existe un servicio más sagrado que otro. El abogado, el maestro, el empresario y el pastor están llamados a la misma radicalidad de fe. Seguir a Cristo no es una opción para "los espirituales", sino el mandato para todo el pueblo de Dios.

Así que, la pregunta no es si deberías “consagrarte al ministerio”, sino si estás dispuesto a pagar el precio del discipulado donde Dios te ha colocado. ¿Estás listo para seguir a Cristo, no importa en qué contexto vivas? Entendiendo que no hay un cristianismo sin cruz, ni una fe sin entrega total.

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