La "Mega Fobia" que todo creyente debe tener

En un mundo donde las fobias dominan la mente de las personas, existe un temor del que poco se habla y que, paradójicamente, debería ser el más común entre los creyentes: la mega fobia. No, no se trata de un miedo irracional o una angustia sin fundamento, sino de un temor que es absolutamente necesario: el temor de caer en las manos del Dios vivo.

Un temor que transformó a la iglesia primitiva

Hechos 5:1-11 nos narra la historia de Ananías y Safira, una pareja que intentó engañar al Espíritu Santo al retener parte del dinero de la venta de un terreno, pretendiendo haberlo dado todo. La respuesta de Dios fue inmediata: ambos cayeron muertos. Y el versículo 11 concluye con una frase impactante:

“Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas.” (Hechos 5:11)

La expresión griega utilizada aquí es "phóbos mégas", literalmente, "mega fobia", un temor profundo, inmenso, incontrolable. No era el miedo común a las circunstancias, sino un reconocimiento absoluto de la santidad y justicia de Dios. Este no era solo el Dios amoroso y misericordioso que multiplica los panes y sana a los enfermos, sino también el Dios que no tolera la hipocresía y que demanda integridad en su pueblo.

Un paralelo con el día en que Israel tembló en el Monte Sinaí

Este mismo temor lo vemos en Deuteronomio 5:22-27, cuando Israel experimenta la presencia de Dios en el Monte Sinaí. Dios habló con poder desde el fuego, la nube y la oscuridad, y el pueblo tembló de miedo. Tanta fue su angustia que rogaron a Moisés que hablara en lugar de Dios, porque creían que morirían si seguían escuchando su voz.

La Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, utiliza la misma expresión "phóbos mégas" en Deuteronomio 5:5 y 5:25 para describir el temor del pueblo ante la manifestación de Dios en el Sinaí. Esto establece un fuerte vínculo teológico entre ambos eventos: así como Dios estableció su pacto con Israel sobre la base del temor reverente, también lo hizo con la iglesia naciente.

Ambos eventos revelan una verdad contundente: cuando la santidad de Dios se manifiesta, el temor reverente es la única respuesta adecuada.

La santidad y justicia de Dios reveladas

En el Sinaí, el temor fue la base sobre la cual Dios estableció su pacto con Israel. Deuteronomio 5:27 muestra que Dios quería que su pueblo entendiera que la obediencia no era opcional. El temor al Señor debía ser parte fundamental de su relación con Él.

Lo mismo sucede en Hechos 5: Dios preserva la pureza de la iglesia al juzgar el pecado inmediatamente. Al inicio de la comunidad cristiana, Dios establece un precedente: su iglesia no es un lugar para la falsedad ni la irreverencia. La disciplina de Ananías y Safira no fue un castigo caprichoso, sino una declaración divina de que su iglesia debía reflejar su santidad.

Este patrón se repite en la historia de la redención. Cada vez que Dios establece una nueva etapa en su relación con su pueblo, deja claro que el temor es esencial. Al entregar la Ley, al iniciar la iglesia, e incluso al juzgar la desobediencia en el Nuevo Testamento, Dios demuestra que el temor no es un obstáculo para la fe, sino uno de sus fundamentos.

Menos énfasis en el "pecado de muerte" y más en el "temor que salva"

En 1 Juan 5:16-17, se habla de un pecado que no lleva a muerte y otro que sí lo hace. Aunque el apóstol no da una definición exacta, este "pecado de muerte" podría referirse a una actitud de endurecimiento total ante Dios, una apostasía sin retorno o una transgresión que, en su juicio, Dios decide castigar con la muerte física.

El punto es claro: el pecado no es un juego. Dios es amor, sí, pero también es fuego consumidor (Hebreos 12:29). Ananías y Safira no fueron los primeros en aprenderlo por las malas; otros ejemplos incluyen Nadab y Abiú (Levítico 10), Acán (Josué 7) y los corintios que murieron por tomar la Cena del Señor indignamente (1 Corintios 11:30).

Nada debería asustarnos más que Dios mismo

En un mundo donde la ansiedad y el miedo controlan a las personas, los creyentes a menudo olvidamos la única fobia que realmente importa: el temor a Dios. Jesús mismo dijo:

“No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” (Mateo 10:28)

La iglesia primitiva floreció porque comprendió esta verdad. No temían a los romanos, a la persecución, ni a la muerte. Pero sí temían deshonrar a su Señor.

Algunas aplicaciones puntales para hoy

  1. La iglesia necesita recuperar la reverencia por Dios: Hemos convertido la gracia en una licencia para el descuido espiritual. Pero Dios sigue siendo santo y su juicio sigue siendo real.

  2. El temor de Dios nos protege de la hipocresía: Si realmente creyéramos que Dios ve y juzga todo, dejaríamos de vivir una doble vida.

  3. El temor de Dios es el principio de la sabiduría: Un creyente que teme a Dios no necesita temer nada más.

Ahora que muchos cristianos han perdido la seriedad del evangelio, la "mega fobia" debería regresar. No como un miedo paralizante, sino como un temor reverente que nos mueva a vivir en santidad. El verdadero peligro no es lo que el mundo puede hacernos, sino lo que significa caer en las manos del Dios vivo (Hebreos 10:31).

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