El Hombre en su Propia Prudencia: La Ilusión de la Autonomía y la Miseria de la Duda

Desde el Edén hasta nuestros días, la humanidad ha oscilado entre la fe y la duda, entre la obediencia a Dios y la arrogante confianza en su propia prudencia. Desobedecer el mandato divino no es solo una transgresión moral, sino un acto de ceguera voluntaria, un alejamiento de la verdad hacia la nebulosa incertidumbre de nuestras propias especulaciones. "Profesando ser sabios, se hicieron necios" (Romanos 1:22). El hombre, en su afán de ser autónomo, se convierte en su propio carcelero, esclavo de una libertad ilusoria que no es más que una sombra proyectada por su soberbia.

Del Divorcio con la Verdad a la Unión Libre con la Duda

Cuando el hombre desobedece a Dios, su conciencia ya no descansa en la roca firme de la verdad revelada, sino que se desliza hacia el pantano de sus propias conjeturas. La certeza de la fe es reemplazada por la zozobra de la duda, y el alma, que una vez estuvo anclada en la confianza en Dios, se ve sacudida por los vientos de la incertidumbre.

Esto no es un problema meramente intelectual, sino una tragedia espiritual. Adán y Eva, al dar crédito a la serpiente en lugar de a Dios, no solo pecaron, sino que se sumieron en un estado de alienación existencial. Sus ojos se abrieron, pero no a la verdad, sino a la desnudez de su desamparo (Génesis 3:7). El hombre sin Dios no es un explorador iluminado en busca de conocimiento, sino un ciego que ha decidido cerrar sus ojos voluntariamente a la luz y ahora se tambalea en la oscuridad, creyendo que su ceguera es un tipo de clarividencia.

La Falsa Seguridad de la Prudencia Humana

Nada es más miserable que el hombre confiando en su propia prudencia (Proverbios 3:5-7). Se imagina libre, cuando en realidad está encadenado a su propia insensatez. Se persuade de que tiene el control de sus decisiones y consecuencias, cuando en realidad está sometido a la inercia de su pecado. Al igual que Faraón endureciendo su corazón, el hombre que se obstina en su propio entendimiento está en una espiral descendente, resistiéndose a la verdad hasta que esta ya no le parezca verdad en absoluto.

La Escritura es clara: "Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte" (Proverbios 14:12). En su necedad, el ser humano no solo se aparta de la senda de la vida, sino que se engaña a sí mismo creyendo que está en el camino correcto. Como el hijo pródigo que pensó que su independencia lo haría feliz, termina entre los cerdos, comiendo las algarrobas de la autosuficiencia que nunca pueden saciar su hambre real (Lucas 15:16).

El Llamado a Regresar a la Fe

El único remedio para esta ceguera autoinducida es el arrepentimiento y la fe. Cristo es la luz verdadera (Juan 8:12), y solo en Él la humanidad encuentra la claridad que la prudencia humana no puede proporcionar. ¡Qué ironía que el hombre que se gloría en su independencia termina mendigando sentido y dirección!

El llamado del Evangelio es un llamado a dejar la ilusión de control y someterse a la verdad que nos hace libres (Juan 8:32). Es abandonar la miseria de la duda y abrazar la certeza de la fe. Porque la verdadera sabiduría no está en el razonamiento humano, sino en el temor del Señor (Proverbios 9:10).

Que aquellos que han cerrado sus ojos a la luz se atrevan a mirar nuevamente. Porque la verdadera miseria no está en ser ciego, sino en escoger permanecer en la oscuridad cuando la luz de Cristo brilla ante ellos.

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