Él vino por mí: una reseña -de mi corazón- después de ver El Rey de Reyes

La tarde del "viernes santo", fuimos con mi hijo a ver El Rey de Reyes, una película infantil animada de Angel Studios. Me dormí los primeros diez minutos, estaba un poco cansado... Y, la verdad es que, "no esperaba demasiado", solo pasar un buen rato, disfrutar de los colores, la música suave y quizás escuchar alguna lección bíblica sencilla. Y justamente eso fue lo que ocurrió, pero, fue más de lo que esperaba. 

En medio de la animación y diálogos simples, el mensaje del evangelio me desarmó. Porque a veces olvidamos que las verdades más profundas vienen envueltas en ropajes sencillos. Y fue ahí, en medio de una historia contada para niños, donde me sentí abrumado con el corazón del cristianismo, tan claro y tierno como la primera vez que lo escuché, como cuando era un niñito. 

Jesús no vino solo a abrir los ojos de los ciegos...
Vino a abrir mis ojos.

No vino solo a levantar a un paralítico...
Vino a levantarme a mí, que era incapaz de seguirle, paralizado por mis temores, mis culpas, mis intentos rotos de hacerlo bien.

No vino solo a sacar a Pedro de las aguas...
Vino a sacarme a mí, cuando me hundía en decisiones que me alejaban de su amor.

No vino solo a llamar a muertos a salir de sus tumbas...
Vino a llamarme a mí, muerto en delitos y pecados, y darme vida.

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo...” (Efesios 2:4-5).

Esta es la esencia del evangelio: no un mensaje relevante como otros tantos en el mundo… sino un mensaje trascendente. No afecta solo mi presente, sino mi eternidad. No me da solo consejos, sino una nueva naturaleza. No me invita a mejorarme, me invita a morir con Cristo y resucitar con Él.

Ver esta película me recordó que el poder del evangelio no está en su complejidad, sino en su profundidad. Que el mensaje más poderoso del universo puede (y debe) contarse como un cuento para niños. Porque el que no recibe el Reino como un niño... no entrará en él.

El evangelio no necesita adornos ni argumentos elaborados. Necesita corazones humildes. Y si alguna vez olvido esa verdad, espero que esta película animada me lo recuerde de nuevo.

Porque yo era el ciego. Yo era el paralítico. Yo era el muerto.
Y Él vino por mí.

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