El Guardián de los Sueños
Había una vez un niño llamado Elías que cada noche se metía en su cama con una pequeña lámpara encendida y la cabeza llena de pensamientos. No eran malos pensamientos... pero tampoco se iban con facilidad. Eran pensamientos como:
"¿Y si sueño algo feo?"
"¿Y si me pierdo en el sueño y no sé cómo regresar?"
Una noche, mientras trataba de cerrar los ojos, Elías susurró:
—Yo no puedo controlar lo que voy a soñar...
Entonces, algo extraño ocurrió. Una suave voz respondió desde la oscuridad:
—Es verdad, no puedes. Pero no tienes que controlar los sueños para estar a salvo.
Elías se sentó en la cama, sorprendido. La voz venía de una figura que parecía hecha de estrellas y viento, que brillaba como el reflejo de la luna sobre un lago. Era el Guardián de los Sueños.
—¿Eres un ángel? —preguntó Elías.
—No exactamente —respondió la figura con una sonrisa—. Soy aquello que está al lado, aunque no me veas. Estoy en el espacio entre el miedo y la confianza. Algunos me llaman esperanza. Otros, presencia. Tú puedes llamarme Cerca.
—¿Y tú puedes evitar que tenga pesadillas?
—No —dijo el Guardián con calma—. Pero puedo estar contigo, incluso dentro de ellas.
Elías frunció el ceño. No era lo que quería oír.
—Pero... yo quiero controlar lo que sueño. Quiero decidir qué pasa.
El Guardián se sentó junto a la cama y miró hacia el techo, como si contemplara estrellas invisibles.
—Muchos grandes, como tú ahora, intentan hacer eso. No de sus sueños... sino de sus vidas. Quieren decidir qué sentir, cuándo sufrir, cómo escapar del dolor. Se esfuerzan por ignorar que todo termina. Cierran los ojos a las preguntas difíciles, como si pudieran evitar el final no pensándolas.
Elías lo miró en silencio.
—¿Y eso funciona?
—No. Pero calma... por un rato. Como la lámpara que tú dejas encendida: da una luz pequeña, pero no puede detener la noche.
—¿Y entonces qué hago? —preguntó Elías, casi con lágrimas en los ojos.
—Recuerda esto —dijo el Guardián, tocándole el corazón—: tú no eres dueño del sueño, pero, puedes cerrar los ojos sin apagar tu alma. Puedes tener miedo... y aún así dormir, porque sabes que alguien está Cerca.
—¿Como papá, en el cuarto de al lado?
El Guardián asintió.
—Como él. Y como Aquel que nunca duerme, que puede entrar incluso en tus sueños, y recordarte que lo que no puedes controlar... no está fuera de Su mano.
Elías sonrió. Por primera vez, no porque no tuviera miedo, sino porque no tenía que cargarlo solo. Apagó la lámpara. Cerró los ojos.
Y durmió.
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