Solo los violentos lo arrebatan: la espiritualidad combativa de Pablo

Hace unos días, un maestro de psicología se me acercó con una inquietud sincera. Me compartió que, a partir de su experiencia profesional, había tomado la decisión de incorporar la figura del Espíritu Santo en su trabajo con pacientes cristianos que luchaban con depresión. Me dijo: “Creo que el Espíritu Santo representa una capacidad especial que anima a los creyentes, que les da fuerza para seguir adelante”.

Comencé a explicarle que el Espíritu Santo es mucho más que una fuerza motivadora o un impulso psicológico positivo, que en realidad es la presencia misma de Dios habitando en el creyente. Quedó sorprendido. Por un lado, reconocía que eso iba más allá de su comprensión teórica. Por otro, notaba que la mayoría de sus pacientes cristianos tampoco vivían como si esa presencia tuviera un peso real y transformador en sus vidas. Le daba la impresión, me dijo, de que para muchos el Espíritu era algo secundario, un recurso espiritual opcional.

A partir de esa conversación, he estado reconsiderando lo que Pablo enseña sobre el Espíritu Santo, para mi asignatura de "Mundo y Pensamiento de Pablo". Porque para él, el Espíritu no es simplemente una emoción religiosa o una herramienta para el bienestar emocional. Es la manifestación activa de Dios en el corazón del creyente, que no viene a consolarnos en nuestra comodidad, sino a sacudirnos hacia una vida completamente nueva bajo el reinado de Jesús.

El Espíritu en Pablo: Más que una emoción, un poder transformador

Para Pablo, el Espíritu es:

  • La presencia activa del Dios vivo en el creyente.

  • El sello del Reino que ha irrumpido ya en medio de la historia.

  • El poder divino que capacita para vivir bajo el señorío de Cristo.

En Romanos 8, Pablo describe cómo el Espíritu da vida, libera de la esclavitud del pecado, y nos introduce en una nueva relación de obediencia radical, al hacernos clamar: “¡Abba, Padre!”. Esa no es una oración superficial. Es la expresión de una transformación profunda, de una vida que ya no se pertenece a sí misma, sino que ha sido rendida al Rey.

El Espíritu, entonces, no nos deja igual. Es un torbellino santo que reordena nuestras prioridades, derriba ídolos, confronta nuestra carne y nos alinea con la voluntad del Reino. Es una revolución personal con implicaciones cósmicas.

¿“Los violentos que lo arrebatan”? (Mateo 11:12) Yo creo que sí

Jesús dijo algo desconcertante en Mateo 11:12:

“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.”

Este texto ha generado múltiples interpretaciones, pero en el contexto de lo que Pablo enseña, se ilumina poderosamente. El Reino de Dios no se recibe con pasividad, no está hecho para espectadores. Quien lo desea debe ir tras él con decisión, con entrega radical, enfrentando las fuerzas que se oponen desde dentro y desde fuera: el pecado, la carne, el mundo, y todo lo que resiste el reinado de Cristo.

Esto es coherente con cómo Pablo describe la vida cristiana: como una carrera que hay que correr con propósito (1 Co. 9:24-27), una armadura que hay que ponerse para el combate espiritual (Ef. 6:10-18), un proceso doloroso de formación interior (Gá. 4:19), y una muerte constante al yo (2 Co. 4:10-11). Ninguna de estas imágenes sugiere un cristianismo cómodo o terapéutico. Pablo sabe que vivir en el Espíritu es participar de una guerra santa por el Reino.

Entonces, el Espíritu no vino a mejorar tu estado de ánimo, sino a matarte… para que vivas para Cristo. No te fue dado para que estés tranquilo, sino para inquietarte con el Reino. No desciende para instalarte en una espiritualidad individualista, sino para arrancarte de tu vieja vida y hacerte un instrumento del Reino de Dios en medio del mundo.

El Espíritu te posiciona en un "conflicto escatológico": ya no eres un ciudadano de este mundo, sino un soldado del Reino. No estás aquí para adaptarte, sino para avanzar, aun si eso significa perder. Aun si eso duele. Aun si eso te cuesta todo.

Y a los ojos de un psicólogo secular, esta clase de lenguaje: morir al yo, sufrir por el Reino, perderlo todo por Cristo; suena a "disonancia cognitiva" (un término que me enseñó otra compañera psicóloga), a una urgencia de estabilizar emocionalmente a alguien que, claramente, "necesita terapia". Pero, lo que no pueden ver es que la raíz del problema no es el dolor emocional, sino el orgullo espiritual. Es por esto que como creyentes no necesitamos que nos acomoden la mente para seguir siendo iguales o "mejores", necesitamos ser confrontados por el Espíritu para no seguir siendo nosotros mismos

El resumen:

  • El Espíritu en Pablo es la evidencia presente de que el Reino de Dios ha comenzado en tu interior.

  • El Reino, según Jesús, no lo heredan los tibios, sino los violentos espirituales: los que luchan, los que avanzan, los que se niegan a conformarse.

  • El creyente lleno del Espíritu no busca comodidad, busca obediencia.

  • No busca seguridad, busca fidelidad al Rey.

  • No busca terapia, busca transformación.

Así que no te sorprendas si el Espíritu te inquieta más de lo que te consuela. Si no siempre te da paz, sino propósito. Si no adorna tu vida, sino que la derriba para reconstruirla.

Porque el Reino no es para los pasivos. El Reino es para los violentos. Para los que, guiados por el Espíritu, están dispuestos a arrebatarlo.

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