"¿Y si hemos estado predicando medio evangelio?"


Esta reflexión nace de una clase que tengo el privilegio de impartir sobre el “Mundo y Pensamiento de Pablo”. Al final s
urgieron preguntas profundas y desafiantes. Estudiamos un tema muy provocador, y las reacciones de mis estudiantes lo fueron aún más... Y es que si lo que Pablo proclamaba como “evangelio” no coincide del todo con lo que predicamos hoy… ¿no deberíamos al menos detenernos a escucharlo de nuevo? 

La palabra "evangelio" ha sido tan usada, y a veces tan vaciada, en la iglesia contemporánea, que conviene detenernos a preguntar con seriedad: ¿Estamos entendiendo lo mismo que Pablo cuando decimos “evangelio”?

El evangelio según Pablo no era un mensaje motivacional, ni una fórmula personal de escape al cielo. Era, y debe seguir siendo, una proclamación histórica, pública y peligrosa: ¡Jesús, el crucificado, ha resucitado, ha sido entronizado como Rey, y es ahora el Señor del mundo!

El problema que sí es problema: un evangelio a medias

Por siglos, hemos enfatizado una parte del mensaje: que Jesús murió por mis pecados y que, si creo, seré salvo. Y sí, eso es verdad. Pero es una verdad parcial si no proclamamos también que ese mismo Jesús ha sido entronizado como Rey y exige nuestra lealtad total.

Reducir el evangelio a la salvación del individuo lo vuelve manejable, cómodo, "aplicable"... Pero le quita su filo. Lo separa de su contexto escatológico, político y cósmico. Lo convierte en un salvoconducto al cielo, en lugar de una declaración de guerra contra los poderes del mal en este mundo.

¿Qué pasaría si recuperáramos el evangelio completo?

Si predicáramos a Jesús no solo como Salvador, sino como Rey y Señor, muchas cosas cambiarían en nuestras iglesias. No solo ideas… realidades. Imaginemos las posibilidades... 

Cambiaría cómo entendemos la iglesia: ya no como un lugar donde me siento bien o aprendo principios morales, sino como la embajada del Reino de Dios, llamada a encarnar su justicia y verdad en medio de un mundo roto.

Cambiaría nuestra ética: ya no viviríamos por conveniencia o tradición, sino con una lealtad radical al Rey crucificado y resucitado. Eso afectaría cómo usamos el dinero, cómo tratamos a los demás, cómo enfrentamos el sufrimiento y cómo tomamos decisiones.

Cambiaría nuestra misión: no bastaría con “ganar almas” como si fuera una campaña de reclutamiento celestial, o el juego de "robando capibaras" que juega mi hijo en Roblox. Anunciaríamos con convicción que Jesús es el Señor aun si eso nos hace impopulares, incómodos o perseguidos.

Por eso cuesta abrazar este evangelio

Porque si Jesús es realmente Señor, yo no lo soy. Ni lo es mi cultura, ni mi tradición, ni mis preferencias. Y eso duele. Abrazar el evangelio completo que Pablo proclamaba nos obliga a derribar ídolos modernos:

  • el individualismo cristiano,

  • la fe como bienestar emocional,

  • la iglesia como espacio de consumo espiritual.

No es fácil. Pero es necesario. Porque un evangelio a medias solo produce discípulos a medias. Y el mundo no necesita más religión. Necesita embajadores del Reino.

¿Y ahora qué? (como decía mi devocional de adolescente)

Volvamos al mensaje que Pablo proclamaba.
Volvamos al mensaje que sacudió al imperio romano.
Volvamos al Rey crucificado y resucitado, que no vino a darnos consejos... sino a tomar el trono.

Y desde ahí, reorganicemos nuestras vidas, nuestras iglesias y nuestra misión. Que el evangelio completo vuelva a ser nuestro centro, aunque nos cueste. Porque solo así, el Reino verdaderamente avanza.

Nota extra: ¿Qué significaba "evangelio" para Pablo? El término "evangelio" no significaba simplemente "salvación personal" ni "buenas noticias espirituales". En el contexto paulino, y siguiendo a Isaías, evangelio significa el anuncio público de un hecho histórico: que Dios ha entronizado a Jesús como el verdadero Rey. Es una proclamación real, no una invitación privada.

En el mundo romano, "evangelio" era un término usado para anunciar el ascenso de un emperador. Pablo redime y redefine este lenguaje: el verdadero "evangelio" es que Jesús, crucificado y resucitado, es el Señor. Es una confrontación con el poder imperial, y una declaración de soberanía divina.


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