Reflexiones antes de correr: llegar fiel a la meta

Hace cinco meses, si alguien me hubiera dicho que hoy estaría a un día de correr mi primera media maratón, probablemente me habría reído. No era algo que estuviera en mis planes, y mucho menos era posible para mi condición. Todo comenzó de forma "casi accidental". Descubrí que correr podía ser más que ejercicio. Podía ser un espacio de silencio, de oración, de procesar pensamientos… y, a veces, de simplemente dejar la mente en blanco y escuchar el sonido de mis pisadas, que ahora se han transformado en una sólidas zancadas. 

Con el tiempo, correr dejó de ser una salida esporádica y se convirtió en un hábito. Ha sido mejor salir y mover el cuerpo que quedarme en casa deslizando el dedo en la pantalla sin rumbo. Además, fue una oportunidad para desconectarme de las cosas que mentalmente desgastan, aunque físicamente terminara agotado. En el camino, he bajado más de 20 libras, recuperé fuerza y energía, y comencé a ver cambios que iban más allá de lo físico.

Mañana estaré en la línea de salida, y mientras me preparo, pienso en cómo esta experiencia ha sido también una lección "espiritual":

Honrar a Dios con todo nuestro ser

"¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, y que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios." (1 Corintios 6:19-20)

En la vida cristiana, a veces hablamos muy poco del cuidado del cuerpo. Se nos suele decir mucho lo que no debemos hacer con él, pero no se nos anima a: ejercitarnos, comer mejor, descansar y "escuchar las señales de nuestros propios cuerpos", que muchas veces no son positivas. Este tiempo me ha hecho más consciente de que la salud física no es un lujo, ni algo meramente vano, sino una responsabilidad.

Cuidar el cuerpo puede ser idolatría de la imagen; pero, también es obediencia al Creador, si cuando me cuido, no lo hago para presumir resultados, sino para estar más dispuesto y disponible para servir, para tener la energía de jugar con mi hijo, para enfrentar con vigor las tareas de mi trabajo, y para disfrutar de los años que Dios me permite vivir.

Redimir el cuidado del cuerpo para propósitos eternos

"Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres." (Colosenses 3:23)

En más de una ocasión, mientras me preparaba para esta media maratón, escuché comentarios como: “Hoy en tu vida fitness” o “Por si no andas en una carrera”, como si dedicar tiempo al entrenamiento físico fuera una pérdida de tiempo o un acto de vanidad. Esto es un reflejo de cómo la cultura ha secularizado el concepto de cuidar el cuerpo, reduciéndolo a estética, rendimiento o moda.

La Escritura nos llama a ver el cuerpo como una herramienta para servir a Dios. "Estar en forma" no es un fin en sí mismo, sino un medio para estar más dispuesto para toda buena obra (2 Timoteo 2:21). El apóstol Pablo, aunque reconoce que “el ejercicio físico aprovecha poco” en comparación con la piedad (1 Timoteo 4:8), no lo descarta, sino que establece una prioridad: que todo cuidado físico esté subordinado a un propósito eterno.

Cuando corro, no lo hago solo por bienestar personal, sino para cultivar disciplina, perseverancia y fortaleza que también nutren mi vida espiritual. Redimir el cuidado del cuerpo es rescatarlo de la vanidad y ponerlo al servicio del Reino: más energía para servir, más resistencia para trabajar por el evangelio, y más salud para testificar de Cristo.

Correr no es improvisar

"¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula el costo, a ver si tiene lo que necesita para terminarla?" (Lucas 14:28)

Decidir correr una media maratón no fue una ocurrencia de hace unas semanas. Implicó meses de preparación: medir distancias, cuidar la alimentación, hidratarme, y planificar el descanso. Aprendí que, si quería llegar a la meta, no podía dejar todo a la improvisación. 

Jesús usó la imagen de construir una torre para enseñarnos sobre la responsabilidad de contar el costo antes de embarcarnos en una tarea. La vida cristiana también exige planificación y seriedad: si voy a seguir a Cristo, debo estar dispuesto a tomar mi cruz cada día, y eso implica disciplina y previsión. Prepararse no es falta de fe, es demostrar que tomamos el llamado en serio.

El fruto que cuesta pero vale pena

"Todo atleta se disciplina en todo; ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, nosotros, en cambio, una incorruptible." (1 Corintios 9:25)

Hubo días en los que no había motivación. El cansancio, las circunstancias, o el simple deseo de quedarme en casa eran "tentaciones reales". Pero he confirmado que la disciplina no depende de sentir ganas, sino de mantener el compromiso. Y esa es una lección profundamente espiritual: la madurez no llega a quienes esperan estar motivados, sino a quienes se comprometen aunque no lo estén.

La disciplina duele al principio. Las piernas arden, la respiración y el ritomo cardíaco se aceleran, y uno se pregunta si valdrá la pena. Pero, el tiempo revela el fruto: músculos más fuertes, corazón más resistente, y, sobre todo, carácter más firme.

Claridad de la meta

"Puesto los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe..." (Hebreos 12:2)

En una carrera larga, siempre llega un momento en que la mente dice “no más”. Es ahí donde la meta debe ser más grande que el cansancio. He aprendido que para seguir corriendo, para no parar, necesito tener claro hacia dónde voy. No corro para ganarle a otros -aunque quisiera lograr podios- sino para cumplir con lo que me propuse: terminar, mejorar mi tiempo y sensaciones, etc. 

En la vida cristiana, la meta no es un tiempo en el cronómetro, sino la presencia de Cristo. Cuando los problemas nos golpean, la tentación de detenernos es real. Pero recordar que nuestra meta es Él, y que nos espera al final de la carrera, es lo único que nos da fuerza para seguir.

El regalo de correr acompañado

"Anímense unos a otros y edifíquense mutuamente, tal como lo vienen haciendo." (1 Tesalonicenses 5:11)

Aunque he disfrutado la soledad de algunas corridas, no puedo negar la bendición de compartir este camino con otros. Un amigo que te marca el ritmo, una palabra de ánimo en medio del cansancio, o incluso alguien que corre delante y te empuja a seguir, son regalos de Dios.

Así es la iglesia: no estamos llamados a correr solos la carrera de la fe. Necesitamos de otros que nos exhorten cuando flaqueamos, que nos levanten cuando tropezamos, y que celebren con nosotros cuando cruzamos metas intermedias.


Mañana, cuando indiquen la salida, no solo espero correr los 21 kilómetros. Quiero correr recordando que cada paso es un regalo. Que la disciplina, la preparación y la comunidad son herramientas que Dios usa para moldearme. Y que, aunque la carrera física termine, la lección espiritual permanece: "corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús" (Hebreos 12:1-2).

También lo haré siendo consciente de lo increíble que es el cuerpo que Dios nos ha dado. Un diseño tan asombroso que, con el estímulo adecuado, es capaz de adaptarse, fortalecerse y responder a retos que antes parecían imposibles. Ignorar este súper recurso es desperdiciar un regalo que Él nos ha confiado para servirle mejor.

Para terminar, ¿han escuchado de la "neurogénesis"? El ejercicio regular no solo mejora la salud física, sino que incrementa el flujo sanguíneo al cerebro, favoreciendo la "neurogénesis" (la creación de nuevas neuronas) y fortaleciendo las conexiones neuronales. Estudios publicados (saben que he tomado esto como ciencia) han demostrado que la actividad física incrementa la capacidad de concentración, la memoria y la toma de decisiones. Irónicamente, al cuidar el cuerpo, también estamos cuidando nuestra capacidad de pensar, discernir y meditar en la Palabra de Dios. Por eso, no cuidar el cuerpo no es neutral: es dejar de lado un medio que Dios nos ha dado para correr, física y espiritualmente, con mayor eficacia.

Mañana, cuando mis pies toquen el asfalto, lo haré sabiendo que cada zancada es adoración, gratitud y testimonio de que mi Creador, Señor y Salvador me dió el propósito de correr la carrera… pero, no solo correrla, sino finalizarla... y aun mejor, llegar fiel a la meta. 

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