Defender la verdad en tiempos de mentiras

El apóstol Pablo abre su carta a los Romanos con una declaración contundente acerca de la realidad espiritual de la humanidad. Primero presenta la esencia del evangelio: “el justo por la fe vivirá” (Rom. 1:17). Y luego introduce el reverso de la moneda: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Rom. 1:18).

Este versículo establece la gravedad del problema: la humanidad no ignora la verdad por falta de evidencia, sino que la suprime activamente. El rechazo a la revelación de Dios no es un malentendido inocente, sino una rebelión consciente. Me encanta como explica John Stott, “la incredulidad no es simplemente la falta de fe, sino el acto deliberado de suprimir lo que sabemos de Dios” 

La dinámica del rechazo: cambiar la verdad por la mentira

Romanos 1 describe un proceso trágico. Primero, se detiene la verdad (v. 18). Luego, se sustituye: “cambiaron la verdad de Dios por la mentira” (v. 25). La consecuencia de este intercambio es devastadora: una distorsión en la adoración, ya que se honra a la criatura antes que al Creador, y una corrupción en la moral, manifestada en pasiones desordenadas y una mente reprobada (vv. 26, 28). Finalmente, este proceso culmina en una sociedad que no solo practica el mal, sino que lo celebra y aprueba en otros (v. 32).

Como dice Alister McGrath: “cuando la verdad de Dios es desplazada, no se crea un vacío neutral, sino que algo la sustituye: la mentira, que siempre conduce a la deshumanización y la esclavitud”.

¿Por qué defender la verdad importa?

Aquí radica la urgencia de la apologética: no se trata de un ejercicio intelectual frío ni de un debate estéril, sino de la defensa y la presentación de la verdad de Dios frente a un mundo que la rechaza. El apologeta no solo responde a objeciones, sino que busca desmantelar las mentiras que esclavizan, mostrando la belleza y coherencia del evangelio.

Sin embargo, Pablo es claro: el evangelio no se acepta por el poder de un argumento humano, sino por la fe. “El justo por la fe vivirá” (Rom. 1:17). Ninguna razón, por brillante que sea, puede reemplazar la obra del Espíritu en el corazón. La apologética, entonces, es un siervo del evangelio: prepara el terreno, elimina obstáculos, y señala hacia Cristo, pero siempre reconociendo que la salvación depende de la gracia de Dios recibida por la fe.

Por otro lado, los versículos 26, 28 y 32 nos muestran con claridad el resultado de abandonar la verdad: pasiones degradadas, una mente entenebrecida y una sociedad que normaliza y celebra el pecado. La apologética cristiana no solo busca convencer de la veracidad del cristianismo, sino advertir del desastre que resulta de vivir sin la verdad de Dios. Defender la verdad es, por lo tanto, un acto pastoral y profético: señalar que fuera del evangelio no hay vida, solo confusión, deshumanización y condenación.

Así que, defender la verdad no es una opción secundaria, sino una tarea vital de la Iglesia en este tiempo. Pablo muestra que suprimir la verdad lleva inevitablemente al caos espiritual y moral. Por eso, la apologética cristiana no debe ser entendida como una mera disciplina académica, sino como un ministerio al servicio del evangelio: confrontar la mentira, presentar la verdad y señalar a Cristo, el único en quien hay salvación.

La verdad de Dios no se puede silenciar. Nuestra responsabilidad es proclamarla con fidelidad, sabiendo que, aunque el mundo la resista, “el evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom. 1:16).

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